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lunes, 14 de mayo de 2018

EEUU: La cultura del miedo y el asalto al pensamiento racional

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Foto: Hispan TV

Los críticos del pensamiento racional consideran que este tiene una base de sustentación muy rígida por su interpretación casi inflexible del mundo que nos rodea, y ello limita su acceso al campo de las emociones y las percepciones.

Sin embargo, sucede todo lo contrario, pues la interpretación del mundo y los fenómenos que lo hacen ser tal, es primero una sensación, luego una percepción y finalmente una materialización, y es importante tenerlo en cuenta.

Precisamente por esas características es tan difícil asaltar el pensamiento racional desde la cotidianidad de la persona humana, aunque se haga incluso imbuido o al influjo de la cultura del miedo, “fuente de todo lo que es malo en el desarrollo de nuestra especie” como diría mi amigo panameño Guillermo Castro.

Hacer creer al mundo que Estados Unidos se retira del acuerdo nuclear con Irán porque el pacto es insuficiente cuando la casi totalidad de los firmantes: Reino Unido, Francia, Alemania, China y Rusia, opina todo lo contrario, es un intento de asaltar el pensamiento racional con objetivos inquietantes.

Puede ser, y es probable que así sea, una reacción de la cultura del miedo que suele emerger en sociedades muy desarrolladas cuando los niveles de bienestar son muy altos y hace desconfiar a las clases encumbradas hasta de su propia sombra. Nadie quiere perder lo que posee, sea mucho o poco.

Es muy sospechoso que casi simultáneamente a la firma del decreto de Donald Trump para romper con el acuerdo nuclear, el ejército de Israel atacara con misiles el oeste de Damasco y una base de la fuerza aérea siria donde murieron siete colaboradores iraníes.

Lo más absurdo es la justificación de que los bombardeos se ordenaron bajo la presunción de la inteligencia sionista de que, después de la firma de la salida de Estados Unidos del acuerdo nuclear, Israel sería blanco de ataques con cohetes y que Irán tomaría represalias.

Sin embargo, el mando israelí ya había aumentado sus medidas de seguridad a lo largo de la frontera con Siria, y a un despliegue militar sin precedentes había añadido más baterías anticoheteriles de Iron Dome en toda la región norte, lo cual indica que Tel Aviv conocía lo que se fraguaba en la oficina oval de la Casa Blanca.

Japón, que no es firmante del pacto, y único país en el mundo víctima de dos bombas atómicas lanzadas innecesariamente por Estados Unidos en Hiroshima y Nagasaki, pidió a Trump que no se saliera del pacto, y apoyó la actitud de Europa de mantenerlo.

¿Por qué contra opiniones tan contundentes Trump insistió en abandonar el pacto, y solo es apoyado por Israel y Arabia Saudita?

Trump considera que el pacto es un acuerdo malo simplemente porque no se ajusta a sus criterios de que a la Revolución islámica hay que derrotarla y pactar con Teherán es como admitir un fracaso de su política militar y diplomática en Medio Oriente y la de sus socios israelíes y sauditas.

Pero la cuestión verdadera radica en que la Casa Blanca y el Pentágono están descubriendo ahora lo que el Vietcong les vaticinó hace más de 40 años cuando advirtieron que Vietnam era el último punto de la expansión norteamericana y que a partir de su derrota en los arrozales indochinos comenzarían a recogerse sobre sí mismos como lombriz de tierra.

Eso ha venido ocurriendo desde entonces, aunque tal vez de manera casi furtiva pues, como anotara mi amigo panameño Guillermo Castro, Estados Unidos no ha ganado ninguna guerra desde 1945, en el sentido en que Sun Tzu definía a la victoria como "el control del equilibrio".

Realmente no lo ha logrado en las siete guerras de Estados Unidos en curso en Irak, Siria, Afganistán, Pakistán, Yemen, Somalia y Libia –todas posteriores a Vietnam- que son en sí mismas expresiones de un debilitamiento del sistema social capitalista, no de sus fortalezas, pues si no recurre a la fuerza bruta, el modelo no logra sus metas por valor propio.

Y allí está presente en las grandes potencias capitalistas que han participado en ellas, la cultura del miedo, que no es nueva ni propia de Trump.

Ese temor, casi idéntico al que sacudió a los estados generales monárquicos y a la nobleza el 6 de octubre de 1789 durante la ocupación por el pueblo francés del Palacio de Versalles, está como sello de agua en la agresiva diplomacia y los desaciertos de la política exterior de Trump como apocalíptica admisión de que Estados Unidos ha perdido “el control del equilibrio”.

Sería interesante que Trump –poco proclive a la lectura, según parece- diera un vistazo al texto de Gyorgy Lukács - el mismo de Historia y Conciencia de Clase - dedicado a la formación de las bases ideológicas y culturales del nacionalsocialismo alemán, y titulado El Asalto a la Razón, redactado en 1950, como sugiere mi amigo.

El asalto al pensamiento racional, dice el autor, nace del miedo a la propia decadencia, y genera una tendencia constante y creciente a rechazar la razón misma y buscarle sustituto en la creación de mitos y el culto a la intuición. Talmente parece que habla de Trump.

En el caso de Estados Unidos quiero cerrar esta reflexión de la mano de Guillermo: “Su principal centro de fuerza armada ingresa en una fase de su historia en la que se desgaja de todo instrumento de equilibrio - como los tratados de París, del mercado común de Asia Pacífico, y ahora de la prevención del desarrollo de armamento nuclear por Irán -, y pasa a ser percibido como un factor de riesgo por sus propios aliados principales”.

La cultura del miedo no puede embargar al mundo ni sepultar al pensamiento racional. La grandeza de Estados Unidos no debe tener la connotación de la guerra, ni la manera que el actual gobierno la enfoca es una alternativa para la paz sino un elemento de confrontación militar, financiero y comercial.

El canto de sirena de recuperar ese mito no puede engañar porque los dos períodos de postguerra que le sirvieron de ámbito al expansionismo de Estados Unidos desembocaron en el caos.

El primero parió la gran depresión de 1929, y el segundo las crisis sistémicas después de agotado el Plan Marshal, con hitos históricos en los peores momentos de la guerra fría y la carrera armamentista en las crisis de 1968 y 1973 (energética).

Uno y otro están en la génesis del período histórico en el que vivimos y, en buena medida, en la cultura del miedo que expone a la intemperie la fragilidad capilar aparentemente prematura de un modo de producción que acaba de cumplir apenas poco más de dos siglos de existencia.


https://www.alainet.org/es/articulo/192800  

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