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martes, 13 de marzo de 2018

Democracia cristiana: ¿retornan los zombies verdes?

Juan J. Paz-y-Miño Cepeda
Rebelión

En la década de 1930, una elite de católicos y conservadores ecuatorianos hablaron de democracia cristiana, inspirándose en las Encíclicas sociales de León XIII y Pío XII, que valoraron y reivindicaron el trabajo obrero y sus organizaciones. Esa elite patrocinó la fundación de la CEDOC (Confederación Ecuatoriana de Obreros Católicos, 1938). En 1951 el Movimiento Social Cristiano (MSC), que se consolidó en la Sierra bajo el liderazgo y la presidencia de su inspirador Camilo Ponce Enríquez (1956-60), también habló de democracia cristiana. Pero en 1964, un grupo de universitarios y sindicalistas fundó el Partido Demócrata Cristiano (DC), reivindicando para sí la autenticidad de la doctrina social de la Iglesia y del humanismo cristiano.
El flamante partido ofrecía una “tercera vía” entre el capitalismo y el marxismo; pero, sobre todo, prometía un cuadro de reformas que, en aquellos momentos, resultaba radical y progresista: redistribución de la riqueza, reforma agraria, intervencionismo estatal, lucha contra la “dominación interna” y la “dependencia externa”, etc. Pronto la DC ecuatoriana disputaba el espacio de la izquierda política del país, reivindicado como exclusivamente suyo por los partidos y movimientos marxistas.
En 1979, la DC patrocinó la candidatura a la Vicepresidencia de Osvaldo Hurtado en alianza con Jaime Roldós, candidato presidencial por Concentración de Fuerzas Populares (CFP). La DC, que por entonces reivindicaba el socialismo comunitario y mantenía una línea tercermundista y popular, ocasionó el recelo de los militares, pero también de las elites empresariales que lo veían como una fuerza filo-comunista. Además, el partido adoptó el nombre de DP-UDC (Democracia Popular-Unión Demócrata Cristiana) cuando se integraron a él los “conservadores progresistas” (el sector del Partido Conservador, dirigido por Julio César Trujillo) y difundió la flecha verde como su símbolo político. El binomio reivindicó los 21 Puntos Programáticos, que todavía consideraban al Estado como agente para los cambios estructurales, así como valoraban la movilización y participación populares.
Tras la muerte de Jaime Roldós (1981) el gobierno de O. Hurtado despertó la inmediata reacción de las cámaras de la producción y de los partidos de la derecha política, especialmente del Partido Social Cristiano (PSC), para entonces en manos de la oligarquía guayaquileña. Paradójicamente, también combatían al gobierno los sindicatos y los partidos de izquierda.
El primer año reformista fue abandonado y siguió el giro hacia el empresariado, beneficiado con la sucretización de las deudas con perjuicio millonario al Estado. Finalmente León Febres Cordero, líder del PSC, encabezó el virulento combate a Hurtado, lo que le permitió construir su triunfo electoral a la presidencia (1984-1988).
Con el derrumbe del socialismo y el ascenso del capitalismo de la globalización transnacional, la DC realizó en 1993 un “congreso ideológico” en el que abandonó sus tesis históricas y adoptó una clara identidad con la derecha política y con el modelo empresarial. La DC ya no tuvo empacho en las alianzas legislativas con el PSC y las fuerzas de derecha; y en 1998 candidatizó para la presidencia a Jamil Mahuad (1998-2000). Incluso su líder histórico, O. Hurtado, dio un giro espectacular: sus antiguos escritos académicos fueron suplantados por otras obras carentes de la orientación social y reformista de antaño; y él mismo, al separarse del moribundo partido, alentó la formación de “Patria Solidaria”, que trató de impulsar a una nueva generación de jóvenes neoderechistas, que obtuvieron un rotundo fracaso electoral en 2002 (el binomio Hurtado-Gallardo logró el 1.07% de la votación).
El último episodio empata muy bien con los giros históricos: el pasado 7 de marzo, lo que queda de antiguos democristianos decidió unirse nada menos que a CREO, el partido del exbanquero y multimillonario Guillermo Lasso, quien dio la bienvenida a Osvaldo Hurtado con un gran abrazo. El coqueteo fue singular: “Tengo una antigua relación de amistad con Guillermo Lasso (dijo Hurtado), lo conocí cuando era Gerente del Banco de Guayaquil, tuvimos conversaciones y le alenté a que participe en la vida pública”; y Lasso lo engalanó: “En cada conversación uno aprende algo nuevo con Osvaldo Hurtado. No solo ha sido presidente, es un gran ciudadano”.
Así es que a los libros que a su tiempo se escribieron sobre la DC en Ecuador, hay que añadir un extenso capítulo sobre el quiebre ideológico, el abandono de la doctrina social de la Iglesia y la liquidación del reformismo social, pero también para resaltar el paso del “partido” a la ultraderecha política y al endiosamiento de la economía de la empresa privada.
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